Dino se fue sin avisar, casi como llegó.
Unos días antes había vomitado un poco, pero como él siempre fue algo escatológico no le dieron importancia. Ya venía tocado por el moquillo y a saber qué más cosas.
Una mañana el Gordo se levantó y lo encontró echado en el salón, en una parte donde no solía tumbarse. En dirección al balcón. Quién sabe si buscaba fresco o quería morir lejos para evitarnos el daño.
Nos pusimos muy tristes. Sí, incluso yo, que en público lo repudiaba para mantener mi imagen de dueña y señora de la casa... En el fondo nos hacíamos compañía y le tenía cariño, vaya si lo apreciaba... Los días siguientes a su marcha estuve afligida. Percibía en el ambiente que faltaba una parte esencial de mi manada. Los cachorros le dieron las últimas caricias y le hicieron un homenaje muy bonito.
En cuanto a los otros dos... Fue un espectáculo: el Gordo y la Histérica deambulaban como almas en pena, incluso se echaron a llorar mientras barrían sus últimos pelos de la casa. Bueno, ellos pensaban que eran los últimos, porque estoy segura de que a día de hoy queda ADN de esa bestia por algún rincón. No son muy duchos en limpieza estos.
Dino, qué decirte... Pronto te veré en el incierto cielo de los perros. ¿Existe tal cosa? Me imagino que el tuyo tendrá nubes de caca.
2 comentarios:
😘 lo siento mucho, un abrazo enorme. Lo que el amor de familia une.....jamás se marcha siempre vive en nosotros.
¿El mismo que el de Córdoba? Me ha llegado. Buen viaje por esas nubes. Pata al cielo.
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