3 de septiembre de 2024

Hierro inolvidable

Y de una isla fuimos a otra. Una en la que yo no había estado jamás. Se llama El Acero. No, no, esperen… La Madera. ¿El Metal? Disculpen, me falla la memoria. Lo cierto es que me fallan más cosas: la vista, el oído, los riñones, la cabeza. Por eso quiero aprovechar estos momentos de lucidez para dejar constancia de mi existencia. Constancia de que he vivido, de que he participado en otras vidas.

Ya lo tengo: ¡El Hierro! El Hierro fue BRUTAL. He atesorado esos meses como oro (hierro) en paño. Y seguiré haciéndolo.

Nos hospedábamos en una pequeña casita junto al «canal». Había una huertita en la que el Gordo se apresuró a cultivar rúcula y unos gatos bastante amigables que no me echaron a arañazos. Esos días se pueden sintetizar en charcos, caminos y montes. Atardeceres desde la casa, lagartos de la Histérica, muchos mimos, piedras, palos y amor.









Fue breve, pero intenso. Era la VIDA, en mayúsculas. Mi olfato estaba maravillado. Ojalá hubiéramos podido quedarnos ahí. Ya lo decían ellos, que intentaron encontrar oficio remunerado para no abandonar el lugar, pero no hubo forma. En cualquier caso, al final no habría sido lo mismo, porque volvió él.

Sí, queridas y queridos: regresó Dino, el anodino.

Al parecer en el hospital no podían tenerlo más tiempo. Habían conseguido rehabilitarlo y o mis dos le encontraban un hogar o lo volvían a mandar a la perrera. Y claro, estos son unos blandengues y ya le habían cogido cariño. Qué digo cariño, pasión, amor del grande, aunque me cueste escribirlo. El Gordo y la Histérica lo querían en su/nuestra vida. Así que buscaron la forma de meterlo en un avión y traerlo.

Y debo decir que el primer día del colega en El Hierro fue memorable: resulta que el tipo tenía una pequeña secuela que se convertiría en su seña de identidad. Era un comemierda. Literal también. Vamos, que no sé si fue porque al estar metido en una jaula tanto tiempo se vio obligado a comer su caquita para mantener la limpieza o sobrevivir a base de eso, pero esa mañana, cuando él y ella se levantaron y bajaron al salón para encontrarse con ese panorama… ¿Quieren que se lo cuente? ¿En serio? Allá ustedes, lean bajo su propia responsabilidad: en el salón había charcos, charcos de caca, y charcos de vómito de caca, y entre esos charcos estaba Dino comiendo, o bebiendo, o vomitando, o a saber qué. Es curioso: la edad me ha dado sabiduría e inmunidad ante estos recuerdos y ya no siento arcadas al rememorarlo.

Al menos ahí dejó de hacerles tanta ilusión que les lamiera la carita. Ahí te gané, chaval, ¿me oyes? Ahí te gané. Espero que lo sepas, estés donde estés.

Y todo hay que decirlo, en Córdoba hicieron un trabajo impresionante: el colega volvió a caminar. Y no solo eso, sino a correr. ¡Pegaba unos derrapes alucinantes! Era divertido ir con él a patear (aquí pueden verlo al poco de la adopción oficial: Dino is back).

El caso es que Dino al final no estuvo tan mal. Fue buena cosa tenerlo cerca para hacer fuerzas. 

Porque se avecinaba una tempestad.

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