25 de julio de 2007

Ha sido un intenso fin de semana

Y parece que esto no para. Se habla de un viaje sin mí. Yo me quedo con los abuelos en la casa aquella del césped, los mangos y los perros que bufan. Ay, madre, qué miedo. ¿Qué será de mí sin ellos tooodo el día encima? ¿Se olvidarán de mí? ¿La otra gente me dará tantos mimos? Ya se verá...




11 de julio de 2007

Cansaaada, cansada

Esta gente se pasa.

Hoy ella me llevó otra vez a ese sitio lleno de gente donde no hacemos nada. NADA. También fue mi madrina oficial. Me tuvieron allí más de 3 horas, aburriéndome bajo el sol. De vez en cuando encontraba una brizna de hierba que llevarme a la boca, pero fue igualmente un infierno. Espero que todas esas esperas tengan algún sentido, porque si no, juraría que estas criaturas son estúpidas.

Cuando finalmente salimos de allí, fuimos a una tienda llena de golosinas y bichos parecidos a mí. Allí compraron una caja grande que me dio mala espina. Y tuve razón; al ratito llegó un vehículo largo y me metieron a toda prisa y sin prepararme en la caja. Al poco rato bajamos del vehículo y me sacaron de la caja, y vinimos a esta casa enorme con pasillos, donde siempre hay una mujer cocinando exquisiteces y una loca que se ríe al verme... Hoy he probado la pera por primera vez. Fresquita y jugosa. Me gusta.

Están moviéndose y metiendo ruido. Creo que se marchan a algún lado. Aprovecharé para echarme una siesta, si es que me dejan en paz y no se empeñan en llevarme consigo.

Que tiene cojones la cosa. ¡Tengo derecho a quedarme tranquila en casa!

4 de julio de 2007

Callejeando

Ya salgo a la calle. Al principio fue divertido. El primer día me llevaron a un parque donde había perros que volaban, y yo no podía alcanzarles. Conocí a un chucho que se acercaba para olerme, y yo me ponía panza arriba para que viera que no soy peligrosa. La gente se volvía loca por tocarme, y yo disfrutaba, y me dejaba, y me revolvía en sus caricias. Pero ahora ya no es tan divertido... Un par de días después, tan contenta yo por la calle, un perrazo blanco enorme se abalanzó sobre mí, gruñendo. Él me tiró de la correa y me levantó para cogerme, y yo no recuerdo bien lo que pasó, porque estaba muy, muy asustada, chillaba y chillaba, y estaba empapada. Creo que eran babas del otro perro. Ellos se pusieron a gritar a la mujer que paseaba al otro perro, que por lo visto no había dejado de hablar por teléfono: ¡GILIPOLLAS! ¡NO DEJES DE HABLAR POR EL MÓVIL! ¡¡Vigila a tu perro de mierrrda!! No entendí. Yo sólo sé que aquel gigante se me echó encima con la boca abierta, con sus enormes dientes...

Ahora, cuando veo a otro perro por la calle, no puedo más que esconderme entre las piernas de mis protectores. Están muy disgustados con este asunto. Dicen que mi 'proceso de sociabilización' se ha ido al carajo.

Yo, por mi parte, creo que debería ir con cuidado. Algo me dice que estos paseos serán frecuentes, y que la calle no es sólo mía.