4 de julio de 2007

Callejeando

Ya salgo a la calle. Al principio fue divertido. El primer día me llevaron a un parque donde había perros que volaban, y yo no podía alcanzarles. Conocí a un chucho que se acercaba para olerme, y yo me ponía panza arriba para que viera que no soy peligrosa. La gente se volvía loca por tocarme, y yo disfrutaba, y me dejaba, y me revolvía en sus caricias. Pero ahora ya no es tan divertido... Un par de días después, tan contenta yo por la calle, un perrazo blanco enorme se abalanzó sobre mí, gruñendo. Él me tiró de la correa y me levantó para cogerme, y yo no recuerdo bien lo que pasó, porque estaba muy, muy asustada, chillaba y chillaba, y estaba empapada. Creo que eran babas del otro perro. Ellos se pusieron a gritar a la mujer que paseaba al otro perro, que por lo visto no había dejado de hablar por teléfono: ¡GILIPOLLAS! ¡NO DEJES DE HABLAR POR EL MÓVIL! ¡¡Vigila a tu perro de mierrrda!! No entendí. Yo sólo sé que aquel gigante se me echó encima con la boca abierta, con sus enormes dientes...

Ahora, cuando veo a otro perro por la calle, no puedo más que esconderme entre las piernas de mis protectores. Están muy disgustados con este asunto. Dicen que mi 'proceso de sociabilización' se ha ido al carajo.

Yo, por mi parte, creo que debería ir con cuidado. Algo me dice que estos paseos serán frecuentes, y que la calle no es sólo mía.

No hay comentarios: