10 de septiembre de 2024

Rutina con novedad

Terminó el escamoso asunto que nos había llevado a El Hierro y volvimos al origen. De regreso al cubículo sin terraza, al gris sin puestas de sol.

Poco hay que decir de esos días. Volvimos a lo de siempre, la buena vida. Sí, porque no era aquella existencia idílica en una isla esplendorosa, pero no me podía quejar: montañas, bosques, playas y charcos. Es lo que tiene este paraíso: sí, hay gris, pero también lugar para el resto de colores. Y tenía amor a raudales.

La existencia se mantuvo más o menos contante unos pocos meses, tras los cuales percibimos algo diferente en el ambiente. Inquietud, ilusión, miedo. Nueva mudanza a un piso más molongo con terrazota. Comenzaron a aparecer cachivaches de dudosa utilidad y ropas diminutas que, comprobé con alivio, no podían ser para mí, pues no encajaban en mi anatomía cuadrúpeda.

Sí, se avecinaban cambios. Podíamos olerlo. Había una perturbación en la fuerza. Sin embargo, aún tardaríamos un tiempo en poder verlo.

En poder verla.






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